La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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¿Podemos creer que Iván fue de buen grado con el concejal hasta ese recóndito rincón del bosque? Recordemos que en el cadáver no había señales de violencia, aparte del tajo de cuchillo. Por otra parte, si le degolló en el asiento, no hay bastante sangre. Y si le degolló fuera, no debería haber ninguna. Pero en fin, quizá sucedió así, no es del todo inconcebible.
– No -opinó Morcillo-. Ésa fue siempre nuestra mejor hipótesis.
– La alternativa B es difícil -proseguí-. ¿Con quién pudo compincharse el concejal para hacer eso? ¿Cómo es que no había sangre en el maletero?
– Pero imposible tampoco es -dijo Azuara.
– La alternativa C es rarísima -rematé-. Buf, llevar al muerto al lado, arriesgándote a que te pillen. Para qué. Pero podría explicar ese detalle tan peculiar de las viseras, y por qué la sangre estaba en el asiento del copiloto y no era mucha. Porque a Iván lo habrían sentado en él ya desangrado.
– Dentro de lo extraño que es, eso encaja -dijo Chamorro.
– Pues a ver, ahora vosotros.
– Se me ocurre, así a bote pronto, la que nos contó el concejal -intervino mi compañera-. Que el coche lo robó alguien que sabía que era suyo, y que sabía también de sus roces con Iván, y lo usó para incriminarlo. Puede que ya hubiera matado al chico, o puede que tuviera pensado cargárselo y lo convenciera para que fuera con él al parque, donde lo hizo… En cuanto a las manchas de sangre en el asiento, se explicarían siempre. Podría ser que sentara a Iván muerto allí, como antes dijiste. O no. Al asesino le convenía no dejar de manchar el asiento con la sangre del muerto, porque justo eso era lo que iba a implicar a Gómez Padilla en el crimen.
– Bien visto -dije-. Y tu propuesta suscita varias reflexiones. Si Iván iba vivo en el coche, debía de tener confianza con el asesino. Si iba muerto, al menos el asesino le conocía. Por otra parte, cabe que el fin principal fuera eliminar a Iván o, por qué no, que estemos bregando con gente lo bastante desalmada como para matarle sólo para hundir al concejal.
– ¿Usted cree, mi sargento? -dudó Morcillo.
– Francamente, no. Pero no descartemos nada aún. En todo caso, y siempre en esta hipótesis, al que lo organizó no le importaba, y a lo mejor le apetecía, hundirle la vida al pobre Gómez Padilla. Más opciones.
Los vi estrujarse las meninges. Fue Morcillo la que se adelantó:
– Ésta es muy dudosa, pero la he pensado alguna vez, cuando buscaba explicaciones que pudieran respaldar las protestas de inocencia del concejal.
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