La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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– Aver, qué cojones ha sido esto -le disparé, sin preámbulos.

– Mi sargento, le tengo que decir a usía por delante…

– Como vuelvas a llamarme usía, te parto un brazo. Y si intentas marearme con gilipolleces, te parto los dos. Perdona que sea un poco brusco, pero hoy no estoy de humor para perder el tiempo. ¿Me entiendes?

Machaquito me midió con terror, real o fingido.

– Lo entiendo, mi sargento, pero…

– No eres militar, tampoco me llames mi sargento. Pero qué.

– Usté perdone, pero es que… No acabo de cogerle la pregunta.

Miré al cielo. El tipo tenía cuajo. No podía dejar que me hiciera perder los estribos tan fácilmente. Opté por darle un poco de cuartel.

– El otro día me pareció usted más perspicaz -dije-. Por eso me permitía dar las preguntas por sobreentendidas. Pero si hoy, por la razón que sea, anda usted más torpe, me tomaré la molestia de hacérselas de forma más directa y clara. ¿Tiene usted alguna idea de quién le ha metido un tiro a nuestra compañera? ¿Qué ha oído usted por ahí acerca del incidente?

– Le juro por la vida de mis hijos…

– ¿De qué equipo eres, Machaquito? -le interrumpí.

– ¿Cómo?

– Que de qué equipo eres. De fútbol.

Me observó desconcertado.

– ¿Yo?

– Sí, tú.

– Pues, del Madrid.

– Si vas a jurarme algo, júramelo por el Madrid. Deja a tus hijos en paz, que bastante mala suerte tienen.

– Por el Madrid o por lo que usté quiera se lo juro, yo no sé na de na de quién… Y por la gloria de mi madre que si algo supiera… Vamos, que yo a doña Ru le tenía más que respeto, no sabe usté cuánto…

– Vale. Dime que tampoco has oído nada por ahí y me acabas de convencer de que tengo que agarrarte del pescuezo y entregarte a los de antidroga para que se ocupen de ti como les parezca más conveniente, ahora que sabemos que como confidente ya no vales ni para tomar por culo.

No es que me sintiera orgulloso de mí mismo al comportarme así. Ni es el estilo que considero correcto ni es el mío. Pero tenía la enojosa certidumbre de que aquel individuo me estaba toreando. Y eso no lo podía permitir.

– Joder, sargento -gimoteó-, oír, lo que se dice oír, claro que algo se oye. Pero la gente está acojoná. Es que esto es muy fuerte. Quien le pega un tiro a un guardia no es cualquier cosa. Eso es lo que dice todo el mundo, y lo que le digo yo, pero quién se atreve a escarbar más.

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