La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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Si el que sea se ha cargado a doña Ru, a las primeras de cambio, imagínese lo que dura un pichón como yo, que se le ponga en el camino. Ni un telediario.

Crucé una mirada con Chamorro. Estaba claro que si queríamos sacar algo de aquel hombre íbamos a tener que ponerlo entre la espada y la pared. Me habría gustado pedirle antes su opinión sobre la mejor forma de arrinconarlo, porque la suponía más fría de lo que yo estaba. Pero había que resolverlo según venía y no me anduve con más ceremonias:

– Está bien, Machaquito. Te creo, porque Ruth me dijo que confiara en ti. Eso que le debes, así que no lo olvides si todavía rezas y lo haces alguna vez por ella. Y comprendo que a cualquiera le dé un poco de susto meter la nariz en esta historia, que tiene una pinta tan fea, así que entiendo que te lo dé a ti, faltaría más. Tu desgracia es que no puedes escaquearte como los otros. Porque los otros, si se escaquean, no tienen nada que perder. Pero tú sí que lo tienes. Verás. Por ahora no voy a hacer nada contra ti. Pero vamos a encontrarnos otra vez aquí mismo, esta tarde, a las siete. Tienes, más o menos… Cinco horas y media. Si entonces no me cuentas algo más de lo que me has contado ahora, hago lo que te dije antes. No te lo tomes a mal, es que me importa mucho más descubrir al asesino de mi compañera que tu posible colaboración en el futuro. Espero que te hagas cargo.

– No es justo, sargento, con lo que yo… -protestó.

– Nuestra relación no es sentimental, sino de negocios -le atajé-. Y los negocios son así, Machaquito, tú lo sabes. Cuando tu mercancía vale, te la pagan; cuando no, te dejan de pagar. Y a veces hay cabrones que no te pagan aunque tu mercancía valga. Si te consuela, piensa que yo soy uno.

– Me pone a los pies de los caballos…

– Te pongo donde tengo que ponerte. Y me fumo un puro.

Machaquito me miró entonces con rencor.

– No se crea que yo no conozco a nadie y que tengo que aguantarme así como así cualquier atropello -galleó.

– Vives en un país libre. Usa tus contactos o plántate aquí esta tarde a las siete con lo que te he pedido. Tú decidirás lo que es mejor para ti. Yo ya te he dicho lo que voy a hacer. Y no creas que cambio de opinión por las amenazas de un chivatillo cagado. Vamos, ahora lárgate de aquí.

Tuvo que aguantarse y circuló, aunque visiblemente enfurecido. Mientras lo veía alejarse, Chamorro comentó:

– Acabas de perder un amigo, si lo era.

– No se me oculta -dije.

– Y alguien se puede cabrear contigo, por quemarle a un confidente.

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