La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

Страница: 187 из 226



– Que se cabree, y le preguntaré al que sea si le parece poco motivo intentar atrapar al asesino de una compañera.

– A lo mejor es verdad que no sabe nada.

– A lo mejor, pero de lo que estoy seguro es de que si quiere, algo puede saber. Ese soplagaitas no se va a reír de mí.

– Le obligas a arriesgarse.

– Ya le protegeremos, si hay que protegerle.

– Lo que está claro es que no te va a ayudar de muy buena gana.

– Ya le ofrecí antes la oportunidad de hacerlo así, por las buenas, y la desaprovechó. Tenía que darle látigo. Y de algo va a servir. Ya verás.

– ¿Apostamos si va a estar aquí a las siete o no? -propuso.

– ¿Tú que dices?

– No quiero desanimarte. Pero apuesto que no.

– Yo que sí, no me queda otra. Son casi las dos. El que pierda paga la comida de hoy. Vamos a buscar un sitio y entramos sin mirar el precio.

– Vale -aceptó, y al verla sonreír reparé en que era la primera vez que lo hacía, en día y medio. Me pareció bien. Hay que intentar vivir, siempre.

Después de comer, fuimos a la caza de otros dos personajes cuyo testimonio cobraba un nuevo valor: Rufino Heredia y Juan Sandoval, los dos camellos cuyo nombre nos había facilitado Margarethe y a los que Chamorro, camuflada como periodista, había sonsacado acerca de las actividades ilícitas de su hijo Iván. Nos pasamos un buen rato buscándolos, en vano. Casi desesperábamos ya de encontrarlos cuando nos tropezamos, en mitad de la calle principal, con el que más nos interesaba de los dos. Se quedó mirando primero a Chamorro, luego a mí, y no supo cómo reaccionar.

– Hola, Johnny -le abordó Chamorro.

– Hola -repuso el camello, inseguro.

– Mira, te presento a mi compañero, Rubén.

Le tendí la mano, imperturbable. Varios segundos después, unos dedos titubeantes se dejaban apretar por los míos.

– Oye, nos apetecería hablar un momento contigo -dijo Chamorro, con una amabilidad encantadora-. ¿Puedes atendernos?

Johnny estaba hecho un lío. No sabía si mirar a aquella chavala que seguía pareciéndole apetecible, o al tipo antipático con el que de pronto aparecía; le daba mala espina, no podía ser de otro modo, y acabó diciendo:

– Yo, es que tengo prisa, me espera un colega y…

– Señor Sandoval -le hablé, imprimiendo a mi voz el tono más oficial y a mi gesto el aire más circunspecto-. Le ruego que nos conceda el tiempo que le pedimos. Sólo van a ser unos pocos minutos.

|< Пред. 185 186 187 188 189 След. >|

Java книги

Контакты: [email protected]