La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Mi compañera, antes de entregarme su aparato, tuvo que encenderlo. Seguía llevándolo desconectado, ya sabía por qué. En cuanto volvió a la vida, se puso a pitar desaforadamente. Tenía un montón de mensajes.
– Pasa de ellos -dijo, mientras me lo tendía-. Luego los borro.
Iba a marcar otra vez el número de la casa-cuartel cuando experimenté una repentina iluminación. Saqué mi cartera y rebusqué en ella hasta encontrar la tarjeta en la que el ex concejal me había apuntado su teléfono.
Le llamé. Mientras sonaba el tono, le dije a Chamorro:
– Acaba de ocurrírseme un atajo.
Mi compañera escuchaba intrigada.
– Sí -atendió la llamada el propio Gómez Padilla.
– Juan. ¿Cómo está usted? Soy Vila, el guardia.
– Ah, sargento. Cómo está. Mal, supongo. No sé qué decirle que no sea inútil. Imagino que ha sido un golpe duro.
– Ya ve. Pero estamos tratando de remontarlo, no nos queda otra. Y a lo mejor nos puede ayudar.
– Si puedo, lo haré. No lo dude.
Le di el nombre del hotel que nos había dicho Johnny.
– Lo conozco, sí, ¿qué pasa con él? -inquirió.
– ¿Conoce también a su dueño?
– Un poco, sí. Es difícil no conocerle.
– ¿Y diría que ese hombre le aprecia?
Gómez Padilla se tomó aquí un instante, antes de responder.
– No, no lo diría. ¿Adónde quiere ir a parar?
– No se lo puedo decir aún. Pero le agradecería que me facilitara el nombre de ese individuo, me contara lo que sepa de su vida y milagros y, si no es abuso y dispone de alguna información, me indicara dónde cree que podría encontrarlo en caso de que quisiera hablar ahora mismo con él.
El ex concejal, llegado a este punto, no podía dejar de sacar conclusiones. Era el riesgo que corría, pero creí que merecía la pena. Por lo pronto, Gómez Padilla accedió a mi petición. Cuando me despedí de él, apenas diez minutos más tarde, tenía en la cabeza un perfil, si no fiel (eso debería contrastarlo, como todo), sí bastante pormenorizado de aquel tipo. Y tenía también una dirección, la de su presunto centro de operaciones.
– ¿Qué? -casi me imploró Chamorro, devorada por la curiosidad.
– Se llama Pascual Pizarro, aunque los amigos, como los enemigos, prefieren llamarlo PP. Es promotor inmobiliario, hotelero, tiene una empresa de transporte marítimo. Gómez Padilla le denegó licencias para algunas tropelías en el litoral. Un par de ellas las está haciendo, ahora.
– No entiendo nada -dijo Chamorro-.
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