La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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¿Y qué podría tener que ver alguien así con todo esto? ¿No estarán tratando de despistarnos?

– No lo sé, Chamorro. Estoy pensando demasiadas cosas a la vez como para poder elegir una y decírtela. Me ha dado una dirección donde cree que podemos encontrarle. Vamos allá y le probamos el temple.

– ¿Tú crees?

– No perdemos nada.

– A lo mejor es peligroso.

– Pues montamos la pistola antes de llamar. Y ya sabes, serenos en el peligro, que es lo que nos toca por ser tan capullos y meternos a esto.

El móvil de Chamorro empezó a sonar.

– Oh, no -dijo.

Examiné la pantalla del aparato. Indicaba el número desde el que estaban haciendo la llamada. Se lo mostré.

– ¿Es él?

– Apágalo, anda.

Me quedé mirando el número. Apreté la tecla de descolgar.

– ¿Qué haces? -susurró Chamorro.

La tranquilicé con la mano.

– Dígame -respondí.

– ¿Virginia?

No me gustaba su voz, aunque eso ya podía preverlo. Denotaba la falta de estilo y de discernimiento que caracteriza al varón desairado.

– ¿Quién es usted? -pregunté, calmosamente.

– ¿Quién es usted?

– ¿Va a repetir todas mis preguntas?

– Quiero hablar con Virginia, ¿quién coño eres tú?

No respondí en seguida.

– Para ti, si no aprendes modales, el aliento de Satanás.

– ¿Qué?

– Voy a explicarle una cosa, cabo. Conozco su nombre, el de su unidad, el de su jefe y el del jefe de su jefe. Y me permito recordarle que el uniforme que todavía le dejan vestir le exige, si recuerda usted la cartilla que debió estudiarse, no recurrir jamás a vejaciones, malas palabras ni malos modos. Eso incluye abstenerse de molestar a las personas que no desean tratarle.

– ¿Con quién estoy hablando?

– Mire, cabo, escúcheme porque sólo se lo diré una vez. Valore la importancia que tiene para usted estar dónde está y hacer lo que hace. Porque si vuelve a marcar este número le garantizo que se le acabará y tendrá que emplearse de matón en un puticlub de carretera comarcal. Buenas tardes.

Corté la comunicación y le devolví el teléfono a Chamorro. Lo cogió sin articular palabra. Me encogí de hombros.

– Si es un psicótico, la he cagado -admití-. Pero si sólo es un mierda, como me parece, ese teléfono tuyo no va a volver a sonar.

Chamorro se quedó mirando el aparato mientras lo sujetaba con dos dedos, como si manchase o quemara.

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