La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Siendo poco exigente, con eso ya debía sobrarme para sentirme contento de mi labor. Pero no trataré de engañar a nadie. Lo cierto era que no lo estaba, en absoluto.
Otro asunto que me importaba y me hacía sentir incómodo, y que por ello abordé tan pronto como hubo ocasión, tenía que ver con mis compañeros. Cuando comprendí que había guardias metidos en el lío, no me quedó más remedio que desconfiar de todos los que habían tenido algo que ver con el caso, mantenerlos al margen e incluso recomendar a mis superiores que se los vigilara hasta que no estuviera delimitado el alcance de la corruptela. En consecuencia, tanto Guzmán como Morcillo, Azuara y el resto de la gente del puesto de Nava, se vieron en la ingrata situación de tener que defender su inocencia frente a otros guardias que por orden del subdelegado del gobierno los neutralizaron e interrogaron. A lo largo de la noche fueron quedando en libertad los del puesto, comenzando por Siso, que no daba crédito a lo que ocurría ante sus ojos. Cuando le dije lo que habíamos descubierto, lejos de la ira que me había anunciado, se quedó como ido. Luego se echó a llorar, no sé si de impotencia, de rabia o simplemente de pena.
Al día siguiente, cuando pude volver a encontrarme con Guzmán y los suyos, lo primero que hice fue pedirles disculpas. Morcillo aún parecía resentida y a Azuara lo vi más perplejo que ofendido. El teniente, en cambio, me demostró que estaba hecho de una pasta poco común. Supongo que no habrían sido muchos los que, después de haberse visto sometidos a un recelo y un maltrato infundados, habrían reaccionado como él.
– No pases mal rato por eso, Vila -me excusó-. Hiciste lo que tenías que hacer, lo que yo habría hecho en tu lugar. Y hasta cierto punto, qué quieres que te diga, nos lo merecimos. Por haber dejado que nos timaran.
– Estaba casi seguro de que no teníais nada que ver -dije-. Pero me faltaba el casi, y espero que entendáis que no podía arriesgarme.
– Entendido y olvidado, de verdad.
Había algo, no obstante, que preocupaba y tenía a disgusto al teniente. Bien mirado, era natural que le preocupase y le disgustara, pero cuando me lo planteó, no pude evitar acordarme de lo que me había insinuado Nava acerca de la relación que había podido existir entre él y Ruth. Lo cierto es que Guzmán formuló la pregunta con todas las precauciones:
– Tengo que preguntarte algo. Y lo tengo que hacer porque me cuesta admitir que no conocía a una persona con la que he trabajado durante meses.
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