La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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Y era una lástima, incluso para el propio Pereira, a quien no podía considerarse precisamente un ferviente adalid feminista. Porque las mujeres trabajaban bien y, sobre todo, eran formidables para actuar de incógnito. Aunque los ciudadanos, y en particular los malos, supieran que en la Guardia Civil había mujeres, aún les costaba intuir a la guardia en la simpática chica en vaqueros que les daba palique en la barra del bar.

– Me parece que me juzga a la ligera, mi comandante -repuse, con aire digno-. Y no creo haberle dado motivos. Además, si Chamorro deja de estar soltera, no será por mi culpa. Ya tiene novio.

Pereira puso un gesto de asombro.

– Coño, no tenía ni idea. ¿Y se sabe quién es?

Detesto el comadreo, aunque sea con el superior de uno y por motivos tangencialmente profesionales. Por eso traté de ser lo más parco posible.

– Uno de la empresa. Lo conoció en el curso de cabo.

– Me cago en diez, si lo sé no la mandamos. ¿Y dónde anda él?

– En los GRS, aquí en Madrid.

– Anda la leche, un antidisturbios. Qué cosas. No me habría imaginado eso de Chamorro. Mira tú, la vida te sorprende siempre. En fin, espero que no dure. Porque pienso como tú, que es la mejor tía que tenemos.

No era común que Pereira emitiera juicios como aquél acerca de su propia gente. Me permitió acabar nuestra entrevista con una sensación no del todo desagradable, después de haber soportado sus irónicas insinuaciones y de haber tenido que hacerle de correveidile sobre la vida sentimental de mi compañera. Una cuestión que, por otras razones que no viene al caso explicar, me resultaba ya de por sí suficientemente incómoda.

Andaba revolviendo todas estas cosas en la cabeza cuando, con la carpeta debajo del brazo, me acerqué a la mesa de Chamorro. Estaba, como era su costumbre en los momentos de relativa calma, poniendo en limpio informes, clasificando papeles y rematando expedientes. Una de las grandes ventajas de trabajar con ella, aparte de que fuera sagaz, voluntariosa y sacrificada, era que uno siempre sabía donde encontrar luego la información que iba recopilando. Aunque ella se enfadara si se lo hacías notar. Como individuo naturalmente caótico, me desconcierta lo rabiosa que se pone la gente ordenada cuando le reconoces y le envidias su provechosa cualidad.

– Chamorro, ¿has estado alguna vez en La Gomera?

Mi compañera alzó apenas la vista.

– ¿En La Gomera?

– Sí. Esa isla pequeña, al oeste de Tenerife.

– En Tenerife sí estuve, en el viaje de fin de curso de COU. Pero en La Gomera no, nunca.

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