La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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Según habían podido saber los investigadores, la chica, de nombre Desirée, y morbosamente atractiva, era conocida del vecindario por su ligereza de costumbres. En cuanto a Iván López, se le consideraba un chaval un poco atolondrado, fanfarrón e impulsivo. En opinión de muchos, no era más que un niño malcriado, al que su buena planta y escasez de seso habían terminado de convertir en un imbécil engreído y caprichoso. Su padre se había largado de casa siendo él muy pequeño, y la madre, una alemana que había llegado allí de vacaciones y que deslumbrada por la isla había decidido quedarse, era casi unánimemente tenida por chiflada desde bastante tiempo antes de que le mataran al hijo.

Si a todo ello se le unía que Gómez Padilla era un hombre de carácter, forzado en su condición de político a mantener una imagen pública, es decir, alguien a quien los devaneos de su hija con semejante zascandil tenían necesariamente que envenenar la sangre, se comprendía que los investigadores hubieran interpretado que por allí seguía su camino. Por más que lo intentaron, no consiguieron identificar al autor de la llamada anónima, aquella que en la noche del crimen había informado de que un hombre cuya descripción coincidía con la de Gómez Padilla había abandonado el BMW rojo tras simular con un destornillador que alguien había forzado la cerradura. Pero la llamada estaba ahí, y a esa hora, las cuatro y cuarto, Gómez Padilla no tenía coartada. Comprobaron la que había ofrecido hasta las tres y media, dos compañeros de partido, y uno de ellos la respaldó, pero el otro se mostró incapaz de precisar. La última vez que había mirado el reloj faltaba poco para las tres, eso era todo lo que podía decir con absoluta certidumbre.

Antes de dar el paso de interrogar al propio Gómez Padilla, en quien dejaron con buen criterio obrar el nerviosismo que pudiera producirle saber que la Guardia Civil estaba verificando su coartada, los investigadores tomaron una iniciativa que también me pareció llena de sentido. Lograron hablar discretamente con la fatídica Desirée, quien según el informe escrito incorporado al expediente exhibía una madurez impropia de su edad y unos modos insinuantes que el hecho de que el informe viniera firmado por una guardia contribuía sin duda a hacer más llamativos. La chica había aceptado hablar del difunto, aunque la había puesto un poco tensa. Declaró no haber estado nunca enamorada del chico, pero que «estaba muy bueno» y que le había apetecido «hacérselo con él». Que ella no se andaba con tonterías y no le importaba lo que pensaran los demás.

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