La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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En el acto del juicio, no fallaronlos testigos que podían acreditar la existencia de una vigorosa enemistad entre el acusado y la víctima. Y los agentes pudieron exponer convincentemente todos los aspectos dudosos que ofrecía la historia del concejal y el presunto robo del coche. Pero tampoco falló el compañero de partido que respaldaba la coartada de Gómez Padilla, y que resistió con entereza las acometidas del fiscal y la acusación. A ello se unió que el segundo compañero de partido, el que había dudado de la hora hasta la que había estado con el procesado aquella noche, cambió su declaración en el juicio, alegando haber recordado mejor, y pasó a apoyar sin reservas la versión de Gómez Padilla. En cuanto a éste, no pudo estar más inspirado. Con serenidad y coherencia repelió todos los intentos de hacerle sucumbir, y se mostró ante el jurado como un hombre infortunado que, después de ver arruinada su carrera política por culpa de una hija frívola, se veía enfrentado a una acusación de asesinato por el solo detalle de haber reaccionado como cualquier padre con entrañas lo hubiera hecho. Nadie podía decir, y era cierto, que le hubiera visto ponerle jamás la mano encima a aquel infeliz, y ganas y ocasión no eran precisamente lo que le había faltado.
El veredicto absolutorio, que contó con el respaldo de la totalidad de los miembros del jurado, no sorprendió demasiado a nadie, y menos a los investigadores, que habían visto a lo largo del juicio cómo se les iba desmoronando la historia que con tanto esfuerzo habían tratado de construir. Para todos los periódicos, la gran noticia fue la absolución del concejal. Las protestas de la madre de Iván López, que como es natural se quejó amargamente ante quien quiso escucharla de que el asesinato de su hijo quedase impune, tuvieron mucho menos eco. Quizá no fueron ajenas a esta reacción las hábiles maniobras de la abogada de Gómez Padilla, que a lo largo de la vista oral consiguió ofrecer al jurado datos de que la víctima andaba en tratos con vendedores de droga, suministrando así una hipótesis alternativa desprovista de cualquier aliciente informativo. En la vida hay clases incluso entre los muertos. Y un muerto en un ajuste de cuentas por droga es poco más que un muerto en accidente de tráfico. Apenas un detalle del paisaje.
Por la tarde, tal y como habíamos quedado, fui a ver al comandante. Con su habitual y desarmante laconismo, me preguntó:
– ¿Y bien?
A él le bastaba con esos dos monosílabos, pero yo tenía que ser ingenioso.
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