La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Que le daba pena que lo hubieran matado, claro, pero que estaba segura de que su padre no había tenido nada que ver. Iván iba a veces con mala gente, apuntó. Preguntada sobre qué clase de mala gente, y cuál, se limitó a responder: «Mala gente, yo nunca quise saber, y además apenas le conocía, sólo me lo tiré unas cuantas veces».
Con esas piezas en el bolsillo, fueron por el concejal. No era poco lo que tenían. El coche del sospechoso involucrado sin lugar a dudas en el crimen. Un robo denunciado tarde y posiblemente simulado a una hora para la que el sospechoso no tenía coartada. Y una coartada bastante dudosa para la hora en que el BMW rojo había sido avistado en dirección al parque. Pero sobre todo, había un móvil más que consistente: por los incidentes previos, la personalidad de la víctima y el sospechoso y la de la posible causante de todo el estropicio. Muchas veces no se tiene ni la mitad de eso.
En el interrogatorio, Gómez Padilla incurrió en algunas contradicciones menores, pero sobre todo, en repetidas imprecisiones acerca de la secuencia horaria de los hechos. Varió la que había ofrecido la noche de autos, desplazándola de quince a veinte minutos en su beneficio, es decir, procurando que todo sucediera un poco más tarde de lo que había dicho antes, lo que le alejaba del crimen y hacía que su denuncia del robo resultara más diligente. Enfrentado a estas divergencias, su temple se resintió, pero aun así negó con firmeza su culpabilidad, como continuaría haciendo hasta el día del juicio. Si alguien esperó que se derrumbara, erró en su pronóstico.
Nunca apareció el arma del crimen. Desde luego, no dieron con ella en el registro que se hizo de la casa del concejal. Pese a todo, el juez resolvió procesarlo y enviarlo a prisión. Eso ya es un triunfo para el investigador encargado del caso. No ha terminado con las manos vacías, ha sacado lo suficiente para convencer a uno de esos hombres (o, cada vez más, mujeres) esencialmente reticentes que son los jueces de que la imputación merece el respaldo de su autoridad. A partir de ahí se pone en marcha la maquinaria, y suceda lo que suceda, el presunto malo está frito. Cosa que a uno debería preocuparle, por si se ha equivocado al señalarlo, pero que casi nunca produce otra sensación que la alegría de la tarea cumplida. Los guardias que propusieron que se enchiquerase a Gómez Padilla no tenían nada personal contra él. No habían buscado imputarlo por razones espurias. Era, simplemente, adonde les habían llevado muchas horas de ardua labor policial, y habían tomado todas las precauciones para no meter la pata.
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