La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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– Valbuena, que va en serio.

– ¿Y qué hago, despierto a la tropa? Se van a cagar en mi puta madre.

– ¿No está el sargento por ahí?

– No. Se ha ido de farra. Ya sabes, soltero y libre en la vida.

– Pero llevará el móvil.

– Me dijo que sólo si había algún homicidio. ¿Os consta?

Siso frunció el ceño. Anglada se encogió de hombros.

– Está bien -se rindió Siso-. Ya lo buscamos nosotros. Seguid durmiendo.

Anglada y Siso lo tuvieron más fácil de lo que en principio cabía prever. A eso de las cuatro y cuarto, irrumpió la voz de Valbuena en la emisora del coche. Sonaba pastosa, como correspondía a la hora.

– Os va a interesar saber esto. Acaba de llamar un fulano que hablaba en susurros. Que ha visto a un tipo sospechoso, de unos cuarenta y cinco años, bajándose de un BMW color rojo. Que antes ha estado trasteando dentro y que después de bajarse le ha estado enredando en la cerradura con un destornillador, como si quisiera forzarla. Y luego no ha echado la llave.

– ¿Forzar la cerradura después de bajarse?

– Eso me ha dicho, te lo juro. Le he pedido que se identificara. Pero me ha dicho que no quiere historias. Que una vez denunció un robo y le marearon los jueces y al final por poco no le inflaron los choris.

– Está bien -dijo Siso-. Dime dónde.

Fueron a la dirección que les dio Valbuena. Era un barrio de adosados, medio desierto en aquella época de temporada baja. En una rotonda, divisaron el BMW rojo, bastante mal aparcado. La matrícula empezaba por dos sietes. Cuando se acercaron a inspeccionarlo comprobaron que estaba abierto y que la cerradura mostraba signos evidentes de haber sido forzada. También habían manipulado los cables bajo el volante. Pero lo que más les llamó la atención fue sin duda lo que encontraron en el asiento del copiloto. Había manchas de sangre en el reposacabezas, el respaldo y la banqueta.

– ¿No te lo dije? -exclamó Siso, con una especie de satisfacción.

Dos horas después se personó en la casa-cuartel un hombre de unos cuarenta y cinco años, que dijo ser propietario de un BMW rojo ranchera y afirmó que le habían robado esa misma noche su vehículo. Los guardias no necesitaron pedirle la documentación para verificar la primera parte de la historia. Tras las oportunas averiguaciones, acababan de confirmar en el ordenador de Tráfico que el propietario del coche abandonado se llamaba Juan Luis Gómez Padilla.

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