La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Lo que resulta un verdadero fastidio, porque, como cualquiera, sólo soy capaz de resultar ingenioso una o como muchodos veces por semana.
– Bueno -dije, mientras pensaba-, en cuanto a la galería humana, prefiero reservarme mi opinión hasta que la conozca personalmente. Pero puede dar juego, sin duda. Me he fijado más en algunos detalles mecánicos. Iban dos hombres en el coche, cuando la patrulla de los nuestros lo vio pasar. ¿Eran dos asesinos, o el asesino y la víctima? No es irrelevante, porque lo primero plantea la necesidad de buscar a dos personas, mientras que lo segundo sugeriría una mínima confianza entre Iván López y su ejecutor, y debería haber contribuido a descartar a Gómez Padilla. Otro detalle: la única lesión del cadáver era el tajo de cuchillo. No hay heridas de defensa, ningún golpe, ninguna contusión. Lo mataron por sorpresa, cuando no se lo esperaba. No supo que lo estaban matando hasta que sintió correr la sangre.
– Bueno, es normal -opinó Pereira-. Con confianza o sin ella, a la gente suelen degollarla desde detrás. Es lo más cómodo.
– Desde luego. Pero es más fácil llegarle por detrás a quien está tranquilo y desprevenido. Ya sé que no es concluyente, pero podemos manejarnos con eso. De todos modos, creo que tenemos alguna razón para ser optimistas.
– ¿Ah, sí?
– En el coche encontraron muestras de cabello de cinco personas. Cuatro de ellas, identificadas: Gómez Padilla, su mujer y sus dos hijos. Y la quinta, sin identificar. Cuando la investigación les llevó por otro camino, no le dieron más vueltas al dato. Pero ahí está. No es del todo improbable que tengamos un cabello del asesino. O lo que es lo mismo, su ADN.
– Bueno, no te entusiasmes. A lo mejor es un pelo de un familiar, o de un compañero del concejal. Cualquiera que haya montado en el coche.
– Lo veremos, mi comandante.
– Muy bien, pero ya sabes que eso lleva tiempo. Por lo pronto, aprovecha las dos semanas para sacar todo lo que puedas sobre el terreno. Ah, por cierto, me veo en el desagradable deber de decirte que lo primero que debes hacer es ir a ver al subdelegado del gobierno. Quiere estar al tanto.
– No me diga.
– Lo siento, Vila. Ha insistido. Dale un poco de coba, tampoco te cuesta.
– Ya sabe que prefiero evitar las relaciones protocolarias.
– Pues ésta no puedes evitarla. Que haya suerte. Y me vas contando.
A veces, uno tiene ganas de viajar. Por la razón que sea, está harto del lugar donde vive, y le entra el barrunto de que le hará bien cambiar de aires. Otras veces, la perspectiva de viajar se antoja inoportuna y desalentadora.
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