La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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Por eso estamos aquí. Para preguntarle a usted.

– Me deja muy asombrado, todo esto que me cuenta -repuso.

– Le cuento lo que hemos encontrado, simplemente.

– Pues no sé. No tengo ninguna explicación -dijo.

Me quedé quieto, desafiándole a sostenerme la mirada. No la rehuyó, pero advertí en sus ojos, o creí advertir, la tensión del esfuerzo.

– Le voy a apuntar algo que hemos pensado, para tratar de hacer un poco de luz. Quizá haya alguien, alguna persona en particular, que trabaje a la vez para sus dos empresas, y que también tenga relación con el hotel.

Se tomó unos segundos para reflexionar.

– Algunas de las personas que trabajan en esta oficina tienen relación con todas mis empresas. Pero son contables, comerciales… No sé qué pueden tener que ver con el asesinato de una guardia civil. Yo si quiere le preparo una lista, faltaría más, pero temo hacerles perder el tiempo.

Había dos posibilidades: o Pascual Pizarro era ajeno a la conspiración, o no lo era. En cualquiera de las dos, aunque sin duda en una más que en otra, aquél de entregarnos a su gente para entretenernos y apartar la atención de sí era un gesto de insigne abyección. Supuse que no era por ingenuidad por lo que omitía considerar a quien de forma más inequívoca tenía que ver con las tres entidades, es decir, él mismo. Entre lo uno y lo otro, admito que cualquier simpatía que hubiera podido inspirarme quedó abolida.

– No sé -dudé, haciéndome el tonto-, a lo mejor las actividades de esas empresas tienen alguna relación, o a su vez hay alguna otra entidad con la que se relacionen o tengan negocios. Perdone si lo digo de una forma tan imprecisa, no estoy familiarizado con el mundo empresarial.

– Pues, no sé, pertenecen al mismo grupo, eso es todo lo que puedo decirle -respondió-. Tratos con otras empresas, pues claro, las tres tienen préstamos de los mismos bancos y de las mismas cajas, las tres tienen los mismos auditores, a las tres las asesoran los mismos abogados… Pero mire, de verdad que esto me resulta incomprensible. No alcanzo a imaginar por qué demonios tendría su compañera esa tarjeta con esas anotaciones…

Creí que ya había conseguido descentrarle bastante con aquella maniobra de diversión. Era el momento de acercarse al meollo del asunto.

– No voy a engañarle -dije, despacio-. La verdad es que tampoco nosotros acabamos de entender todo esto.

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