La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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O puede que algo, es una de esas miles de minucias que no tenemos más remedio quecomprobar.

– Me obliga a hacer un ejercicio de deducción, entonces -advirtió-. Bueno, no me importa, soy lector asiduo de novelas policiacas.

– ¿Ah, sí?

– Me encanta Agatha Christie. Me relaja mucho la mente leerla.

– Puedo entenderlo. ¿Y qué es lo que deduce usted?

– Que su compañera andaba investigando algo en relación con Gómez Padilla. Lo que fuera en particular, no lo sé.

– No anda del todo descaminado.

– Era fácil pensar que por ahí iban los tiros.

Le observé con una media sonrisa que dejé que interpretara a su gusto.

– Hay un último detalle que quisiera consultarle -dije.

Apoyó la espalda en el asiento, disimulando su expectación.

– ¿Conoció usted o tuvo alguna vez relación con un chico que se llamaba Iván López von Amsberg? -inquirí.

– El chaval al que mataron hace dos años -precisó.

– Ese mismo.

– No. ¿Qué le hace pensar que pude haberla tenido?

Me encogí de hombros.

– No lo sé, señor Pizarro. Mi compañera y yo venimos de Madrid, no estamos demasiado al corriente de cómo funciona la sociedad de la isla. Quizá traemos ese prejuicio de la capital, que en los sitios pequeños todo el mundo se conoce y se relaciona, de una o de otra manera.

– De vista conoce uno a mucha gente, sí, pero no a toda. Y en cuanto al trato, pasa como en cualquier otro sitio. Uno trata con quien tiene algo en común con uno. Y la verdad, yo, con ese chico… Como no diera la casualidad de que fuera amigo de mis hijos… Pero por lo que sé de él, llevaba una vida muy diferente de la de ellos. Mi hijo está haciendo un máster en Estados Unidos y mi hija está en Madrid, terminando Arquitectura.

– Le felicito. Parece que le han salido estudiosos.

– No puedo quejarme.

– Está bien, señor Pizarro. No le molestamos más.

Nos pusimos en pie. El empresario, satisfecho de haber pasado la prueba, eso debía de creer, nos acompañó hasta la puerta del ascensor. Allí, mientras esperábamos, completó su faena de anfitrión cordial:

– Les deseo suerte en la investigación. Imagino que coger al asesino es el único consuelo que pueden tener tras la pérdida de su compañera.

– Sí -dije, abstraído-. Oiga, perdone si le parece una estupidez, y perdone que hasta en la puerta le siga haciendo preguntas.

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