La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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– Pero…
– Peroella se adelantó, tío. Así, como te lo cuento. Antes de que yo pudiera encauzarlo de forma razonable, zas. Asunto liquidado.
Sacudí la cabeza enérgicamente.
– No puedo creerte, ni así me lo jures. Todo tiene un por qué. Y por más que me lo digas, aquí sigo sin ver por qué ella iba a hacer lo que tú no.
Nava abatió la mirada.
– Yo también sigo sin verlo. En el primer momento, pensé que estaba loca. Luego, cuando me contó lo que había pasado aquella tarde…
– Y qué había pasado -preguntó Chamorro, reticente.
– En principio, nada anormal para ella. El chaval estaba de buen ver, no voy a negarlo, y Ruth no se andaba con muchas gaitas para estas cosas. Lo sé por experiencia personal. Y como yo, muchos otros. Su teniente Guzmán, sin ir más lejos. El caso es que se hizo la encontradiza con él.
No estaba nada seguro de querer seguir escuchando su relato. Pero tampoco podía detenerle. Si amarga era la verdad, amarga debía beberla.
– En fin, después de darle un poco de conversación, y de calentarlo un poquito, me imagino, lo llevó al chalet que teníamos para… Bueno, para utilidades diversas. El chaval la siguió como un cordero. Sin embargo, una vez allí, debió de portarse de una manera un poco especial. Algo debió de hacer que a Ruth no le gustó demasiado. Era una chica abierta, pero con tendencia a querer llevar la voz cantante. Pon que el chico no se percatara, y se pusiera inconveniente o un poco tonto. Pon que hiciera algo de fuerza, o que se descolgara con alguna grosería. No lo sé. El caso es que todo eso se debió de juntar en el cerebro de ella con alguna otra cosa, y explotó. El cuerpo estaba en la cocina, caído junto a una mesa. Sobre la mesa había una papelina con dos rayas. El cuchillo era uno de la cocina, el primero que encontró. El chaval estaba ocupado en algo que le exigía atención, y eso le dio ventaja. Pero nuestra Ruth tuvo que decidirlo y hacerlo muy rápido.
Si era un cuento, tenía la contundencia y la meticulosidad suficientes para acreditar a Nava como un fabulador bastante capaz.
– Luego me llamó. Y cuando me presenté allí y lo vi, sólo me dejé arrastrar por lo que ella propuso. En algún momento, sí, pensé en detenerla. Mientras limpiábamos la sangre, mientras lo preparábamos todo, pasó por mi cerebro la única idea sensata, ponerle unas esposas, entregarla, y aceptar que la función también había terminado para mí. La expulsión del Cuerpo, la cárcel, y después la nada. Si hubiera estado solo, lo habría aceptado.
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