La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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Pero acababa de conocer a otra mujer. Y ella estaba embarazada de dos meses, íbamos a casarnos. Quise ser yo el que cuidara de esa criatura. O la usé como pretexto, para cuidar de mí mismo. Ponlo como quieras.

– No estoy aquí para juzgarte -le aclaré. En definitiva, no era el primer hombre que perpetraba una infamia invocando una buena intención.

– En cuanto hubimos limpiado todo, volvimos al puesto. Ruth entraba de turno a las doce. Mientras ella salía de patrulla con Siso, yo dije que me iba por ahí a tomar unas copas. Hice unos cuantos viajes. Primero en mi coche hasta el chalet donde seguía el cuerpo. Luego en la moto del chico hasta las inmediaciones de la casa del concejal. El BMW estaba aparcado fuera, me costó poco hacerme con él. De nuevo vuelta al chalet, esta vez en el coche del concejal, y de allí, ya con el chico, al parque. Abandoné el BMW no demasiado lejos del chalet y fui andando a recuperar mi coche. La moto la recogimos y la llevamos a la casa del chico al día siguiente. Sabíamos que no estaba la madre y que no había prisa. Fue un poco laborioso, pero cuando estuvo hecho, creí que todo había salido a pedir de boca. Entonces pensé que si la hubiera detenido habría hecho el primo. A fin de cuentas, yo no había matado a nadie. Y de momento, había logrado alejar el problema.

Nava se interrumpió, apenas un instante. Luego siguió:

– Pero algo me decía que era sólo eso, una prórroga. Que todo se acabaría viniendo abajo algún día. Siempre conté con ello. Por eso no me puse tan nervioso como Ruth, cuando vinisteis. Aunque verle las orejas al lobo no es reconfortante, yo ya lo esperaba. Sabía que era demasiado difícil mantener el engaño, si venía alguien que le pusiera voluntad y paciencia. Sabía que algo fallaría. Aunque controlásemos a los confidentes, aunque os diéramos pistas falsas, aunque supiéramos en todo momento por dónde ibais.

– Estuvisteis cerca de saliros con la vuestra -dije.

– No lo creo. Vosotros no teníais más que hacer vuestro trabajo. Nosotros teníamos que mantener el tipo contra viento y marea. Y costaba.

Me acordé, cómo evitarlo, de Ruth, a lo largo de todos y cada uno de los días de aquella semana. Sí, en algún momento la había visto perder la compostura. Pero nunca hasta el extremo de permitirme vislumbrar cuáles eran las verdaderas razones de su comportamiento. Se las había arreglado siempre para que yo pudiera imputarlo a cualquier otro motivo. Y en cuanto a Nava, aunque él lo había tenido más fácil, otro tanto podía decirse.

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