La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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– Si insistes en declarar eso, vas a dejarle en encubridor. Le vas a ahorrar una pila de años de talego. Lo sabes.
– Lo sé -asintió-. Ha llegado el momento de empezar a hacer el bien.
Hice una pausa, para tratar de ensamblar todas las piezas del rompecabezas. Era aún más complicado de lo que presentía, y no quería que se me quedara ningún cabo suelto. Sobre todo, no quería que, bajo la añagaza de su disposición a confesarlo todo, Nava lograra despistarme.
– Bien, todo lo que me cuentas es muy interesante, y no te diré que inconsistente. Pero sigo sin ver por qué ella iba a querer matarlo, al chico.
– ¿Por qué crees que podía querer hacerlo yo? -me devolvió la pregunta.
– Porque empezasteis a usarlo como camello y te diste cuenta de que era un idiota y un bocazas. Que no era de fiar, y podía traerte la ruina.
– Eres listo, Vila. O eso, o adivino.
– Tampoco hay que estrujarse mucho los sesos. Sólo hace falta juntar todos los datos que se van recogiendo aquí y allá, sobre unos y otros.
– En serio, tío. Me admiras. Qué cabeza. La verdad es que casi es un honor, que te mande a la cárcel un tipo de tu talento.
– No soy más inteligente que tú -le rebatí-. Ni siquiera diría que soy inteligente. Sólo tengo buena memoria. Lo que veo y lo que oigo no se me suele olvidar. Por si te anima, he tenido que oír y ver muchas cosas antes de comprender quién eras y de enterarme de lo que estaba pasando aquí.
– Gracias. Me anima, sí. Sin embargo, con lo listo que eres, o con tu buena memoria, no aciertas en todo. Es verdad que cometimos un error fatídico. Pero el error fue otro, e involuntario. Coger a un idiota para que pase mercancía no es un error, necesariamente. Lo es que el idiota te conozca, y sepa quién eres y que trabaja para ti. Y de eso la culpa no fue nuestra, sino de un gilipollas al que espero que enganchéis pronto, si no ha caído ya.
– El Moranco.
– Bingo. No sé por qué vino con ese niñato a una cita a la que debía haber venido solo. Luego nos dijo que por comodidad, porque se le había cascado el coche y el otro lo trajo en la moto. El caso es que el niñato nos vio. Y nos llegó la onda de que, a partir de ahí, empezó a darse importancia.
– No me cuentes más.
– Sí, claro que te cuento más. Tampoco era una tragedia. Cosa de darle un susto y hacerle entender de qué iba el negocio. No es la primera vez que se presenta ese problema, y no hay por qué resolverlo en plan carnicero.
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