La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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Para poder servir ahí debería sabérsela de memoria.

Chamorro me miró de reojo.

– Venga, no me tomes el pelo -me regañó-. A ti la cartilla te importa un rábano. Y si tu novia te dijera que se larga con otro para quince días, aunque sea su jefe y por razones de trabajo, también te fastidiaría.

– No sé, hace mucho que no tengo novia, propiamente dicha.

Mi compañera se volvió hacia la barra.

– ¿Se puede tomar ese café?

– Sí, aunque no ganaría ningún concurso. Y puedo informarte, por si te interesa, que empiezo a sentir que tiene efectos laxantes.

Chamorro torció el gesto.

– Gracias por la información, pero ya he ido esta mañana.

– Nunca se sabe.

Fue a pedir su café. La vi completar la transacción con el camarero, y al camarero atenderla con muchísima más amabilidad que la que me había mostrado a mí. No diría que Chamorro era una mujer de una hermosura apabullante, pero siendo alta, más o menos delgada y medio rubia, ya tenía condiciones para resultar aparente a los ojos del macho promedio, y sabía además dotar a sus facciones no del todo bellas de una cierta chispa con la mirada. Podía, en suma, resultar atractiva cuando se lo proponía, y había aprendido a proponérselo y a lograrlo si le era necesario o conveniente. Cuando vino con su café hacia la mesa, todavía esperaban a ser atendidos tres o cuatro ejecutivos casposos que estaban en la barra antes que ella.

– He conseguido que me sentaran a tu lado en el avión -dijo, mientras vaciaba la mitad del sobre de azúcar en su café.

– Lo dices como si hubiera sido difícil.

– Pues sí, la chica del mostrador me dijo que no estaba autorizada a decirme tu número de asiento. Y me lo explicó. Me dijo que yo podía ser alguien que quisiera molestarte, y que ella tenía la obligación de protegerte de eso.

– Ah, mira, qué delicadeza. ¿Y cómo la convenciste?

– No tuve más remedio que sacar la chapa. Se quedó muy cortada.

– Otra vez quedamos antes de facturar. No se me había ocurrido. La verdad es que tiene toda la lógica. Podrías ser una psicópata.

– Si fuera una psicópata perseguiría a otro -bromeó.

– Gracias, Virginia, eso refuerza mucho mi autoestima. En fin, puestos a ser antipáticos, ¿te has estudiado los papeles?

– Por encima sólo. Pensaba hacerlo en el avión.

Meneé la cabeza.

– Vaya, me decepciona usted, cabo. Hace un año le habría sobrado tiempo para aprendérselos de memoria.

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