La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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Sin querer, acababa de darleun triunfo.

– La poesía no es incompatible con las matemáticas. Hay que conocerlas un poco para darse cuenta, pero no es incompatible. Lo que sucede es que la poesía de las matemáticas no está al alcance de cualquiera.

La observé. Pese a todo, aunque los años transcurridos, los muertos investigados y las horas de trabajo la hubieran cambiado en la superficie, en el fondo seguía siendo la misma. Empeñosa, intransigente, y provista de un orgullo que en cierto modo la hacía deliciosamente vulnerable.

– Bueno, me está bien empleado, por inocente -dije.

Chamorro frunció el ceño, recelosa.

– Olvidaba que estaba hablando con una licenciada en Matemáticas.

– Pero qué cabrito eres -dijo, echándose a reír.

– Bueno, como mucho te quedará un par de asignaturas, ¿no?

– Me quedan unas pocas más, por desgracia. Y mientras sigan haciéndome perder el tiempo contigo me parece que tardaré en terminar.

– ¿Sientes que pierdes el tiempo conmigo?

Antes de responder, Chamorro se limpió cuidadosamente los labios con la servilleta. El superior, el inferior y ambas comisuras.

– No siempre.

Confieso mi irremediable debilidad ante una mujer que sabe decirte una frase escueta y enigmática clavándote los ojos sin pestañear. Aunque esa mujer sea mi subordinada y la teoría afirme que debo ser capaz en todo momento y situación de conservar mi autoridad sobre ella. Por suerte, siempre hay alguna trivialidad a la que recurrir en caso de apuro.

– Ya está anunciada la puerta de embarque -dije, señalando el monitor-. Vamos para allá, anda, no vaya a ocurrírseles despegar a la hora.

Naturalmente, no se les ocurrió. De hecho, nos embarcaron media hora tarde, luego nos hicieron bajar a todos del avión, alegando problemas técnicos, y volvieron a reembarcarnos en el mismo aparato tan sólo media hora después. El personal de tierra y las azafatas se ocuparon, como de costumbre, de encajar estoicamente las protestas de los clientes exigentes. Algún pasajero marisabidillo, siempre los hay, objetaba, suspicaz:

– Es imposible que en media hora hayan arreglado nada.

Pero la mayoría del pasaje, Chamorro y yo incluidos, se dejó manejar con esa admirable docilidad ovina que desarrollan los humanos cuando se hallan en un contexto aeroportuario.

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