La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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– Sí, y sobre todo a los palmeros-dijo Anglada, risueña.

El teniente asintió.

– Es verdad, en La Palma se suicidan muchísimo. Cuando la gente ve la isla le sorprende, porque es un lugar especialmente agradable y acogedor. Pero parece que hay una explicación científica y todo. El agua.

– ¿El agua? -preguntó Chamorro.

– Por lo visto tiene muy poco litio -explicó Anglada-. No me preguntes por qué, pero resulta que la falta de litio hace que te deprimas y que acabes tirándote del primer lugar alto por el que pases. Y para colmo, eso, en La Palma, está chupado. Porque puentes y barrancos hay por un tubo.

– De todos modos, no te vamos a engañar -dijo Guzmán-. La inmensa mayoría de las muertes las resolvemos en un par de días, como mucho. Es la ventaja que tiene el entorno insular. Son comunidades cerradas, muy pequeñas a veces, donde todo el mundo se conoce. Y si sabes pegar la hebra a la gente y caerle bien, no te esconden nada. Largan con facilidad.

– Lo complicado, en algunos pueblos de las montañas, es llegar a entender lo que te dicen -precisó Anglada-. Al principio yo lo llevaba fatal. Les hacía repetirme todo tres veces y se me acababan cabreando.

– En cualquier caso -dije-, aquí entra y sale mucha gente todos los días. Los que vienen de vacaciones, me refiero. Eso os dará algún problema.

– Eso es lo que menos problema da -respondió el teniente-. Cuando una horda de hooligans se enreda a botellazos y terminan matando a uno, el culpable suele estar con la cabeza abierta tres calles más allá, o en el ambulatorio. Los demás turistas si acaso se matan resbalando en la piscina del hotel, lo que tampoco exige un gran esfuerzo investigador. Otros extranjeros son los propietarios, principalmente alemanes. Ésos lo tienen clarísimo. Se encierran en su búnker y no quieren saber nada del mundo exterior. Si por casualidad matan a alguno, ya puedes contar con que lo ha hecho otro de ellos. Con los indígenas no buscan tener el menor roce. Y viceversa.

– Bueno, en este caso el muerto era medio alemán -recordó Chamorro.

– Y medio canario -completó el teniente-. En los mestizos pesa más lo segundo. Ya veréis a la madre. No tiene ni un tornillo en su sitio, pero puede decirse que está bastante integrada. Habla como una gomera auténtica. Son una minoría, pero son. Los guiris que han cortado amarras y se han mezclado. Y en cuanto al chaval, por lo que sabemos de él era un isleño más. Había nacido allí, y desde pequeñito había tenido trato con los paisanos. Mucho trato, en realidad.

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