La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Desde los seis o los siete años, por lo visto, pasaba más tiempo en la calle que en su casa. La madre tampoco se aburría, y aunque ahora esté embarcada en una cruzada para que se le haga justicia, cuando el niño estaba vivo no consta que fuera demasiado maternal.
En ese momento, sonó un teléfono móvil. Tenía el pitido muy estridente, tanto como para que pudiera oírse en el local, donde la música no estaba excesivamente alta, pero el ruido de la gente era considerable. Chamorro dio un respingo y sacó de su bolso un aparatito plateado, bastante mono. Debía de ser nuevo, porque no se lo había visto antes. Quizá un regalo.
– Sí -dijo, tras abrirlo-. Sí, un momento, que me salgo. Perdonad.
Se puso de pie y salió fuera del local como una exhalación. El teniente y Anglada la miraron irse, un tanto intrigados. Nada me exigía darles información, pero juzgué apropiado justificar la espantada de mi compañera:
– Debe de ser el novio.
Anglada sacudió la cabeza.
– Anda, ¿tiene novio, la Virgi? Qué jodida, no me ha dicho nada.
– Bueno, lleva poco tiempo.
– ¿Y quién es?
Ya me fastidiaba verme otra vez dando cuenta de la vida sentimental de mi compañera. Bebí un trago largo de vodka y dije:
– No sé quién es. Sé lo que hace.
Anglada sonrió con astucia.
– Guardia -apostó.
– Bingo -confirmé.
– ¿Dónde?
Le sostuve la mirada. No quería parecerle antipático, pero tampoco que se sintiera autorizada a llevar aquel interrogatorio hasta el infinito.
– En Madrid. Y si quieres saber algo más se lo preguntas a ella. Perdona, pero no me gusta chismorrear sobre la vida personal de la gente.
Anglada alzó las manos.
– Entendido. El resto me lo imagino. No deben de estar pasando un buen momento, y por eso a la chica se la ve tan tensa. ¿Es eso?
– Mis labios están sellados, Anglada -la repelí.
Justo entonces empezó a sonar una canción a todo volumen. Anglada tardó un par de segundos en reconocerla. Luego se echó a reír e hizo una seña al tipo de la barra, que a su vez le respondió guiñándole un ojo.
– Qué cabroncete -dijo-. Bueno, en realidad es un tío majo. Sabe que me gusta y siempre que vengo me la pone.
La canción tenía un ritmo travieso y verbenero. Anglada seguía la música con la cabeza y la letra con los labios. A mí, por el contrario, no me sonaba en absoluto.
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