La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Has citado dos vecesla cartilla del guardia civil, has largado sobre el tabú de tu época en el Norte…
– Vale, Chamorro. Hablo en serio.
– Y yo.
– ¿Tienes algún problema?
– Ninguno del que me apetezca hablar.
La sonrisa se le había esfumado del rostro.
– Está bien, tus asuntos son tus asuntos. Allá tú. Pero hay otros que me afectan, sobre todo de cara a los días que tenemos por delante. ¿Qué coño te pasa con Anglada? Parece que te hubiera robado un novio.
A veces uno es así de imbécil, pone justo el único ejemplo que no debería poner. Según Freud, es el enanito vengativo del inconsciente, que quiere castigarte por algo. Sea lo que sea, cuando pasa, tiene mal remedio.
– Verás -repuso Chamorro, mordiéndose la lengua-. A lo mejor un día te lo digo. Pero por ahora, no. Ni es el momento ni el lugar para contarte lo que pasa en una camareta femenina de la academia de guardias.
Confieso que mi curiosidad resultó al punto excitada en grado máximo. Pero ya se veía que no iba a satisfacerla en seguida y que además, por la naturaleza del asunto, carecía de autoridad para exigir que se me revelase nada. Opté por la única vía posible, velar por las necesidades del servicio:
– Bien. Tampoco me meto en eso. Pero tendrás que pensar si estás en condiciones de trabajar con ella. Si llegas a la conclusión de que no puedes, habrá que relevar a alguna de las dos. Y te hago notar que no tengo la posibilidad de obligar al teniente a que me asigne a quien a mí me apetezca.
– Recibido. A tus órdenes, mi sargento. Buenas noches.
El ruido que hizo su puerta al cerrarse fue un broche poco alentador para aquella jornada. Algo fuera de lo común le ocurría. Nunca la había visto así, nunca había permitido que sus problemas repercutieran en el trabajo. Con la preocupación corroyéndome, me desvestí y me metí entre las sábanas.
Lo último en lo que pensé antes de dormirme, sin embargo, fue otra cosa. Debo reconocerlo, aunque resulte en cierto modo vergonzante. Pensé que al día siguiente iríamos con Anglada a La Gomera, y que podría seguir mirando de hito en hito sus ojos negros. Para qué mentir. Me hacía ilusión.
Capítulo 6 LA MISIÓN DE LOS SARGENTOS
Cuando mi teléfono móvil, programado como despertador, lanzó al aire de la habitación la horrísona melodía que el fabricante había asignado a esa función odiosa, me dije una vez más que algún día tendría que intentar averiguar en el ilegible manual del aparato la manera de sustituirla.
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