La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Y oye, si por otras vías podéis sacar más, pues cojonudo. No sé qué técnicas avanzadas utilizáis en la unidad central.
– Ninguna especial. Pero echaremos un vistazo, por estar seguros -dije.
– Contad conmigo -ofreció Anglada-. A ésos me los conozco bien.
– ¿Y alguna otra posibilidad? Su familia, sus amistades, su trabajo…
Nava se detuvo a hacer memoria.
– Pues a ver, en cuanto a la familia, no tenía más que a la madre. El padre, según recuerdan los viejos del lugar, era un bala perdida de un pueblo del sur. Preñó a la alemana y poco después se montó en un barco y no volvió a saberse más de él. Por lo menos, nadie nos ha dado razón de su paradero. Le quedan, eso sí, un par de parientes en el pueblo, la madre y una tía. Pero que sepamos ninguna de las dos tuvo nunca mucho trato con el muchacho. La madre de Iván no se lo llevaba y ellas se mueven poco.
– ¿Y por el lado alemán? -preguntó Chamorro.
– Sólo tenía cierta relación con la hermana de la madre. La actual subdelegada del gobierno -bromeó Nava-. Era la única que venía de vez en cuando por aquí, de vacaciones, supongo que porque le gustaba el clima. Los demás me imagino que preferían olvidarse de la pariente lunática. Creo que el chaval fue alguna vez a Alemania, pero no debió de aprovecharle mucho.
– ¿Y su círculo de amistades o de trabajo? -insistí.
– Trabajos que merezcan el nombre, no le conocemos -dijo Nava-. Hizo algún que otro trabajillo de esos que hacen los chavales, en chiringuitos, con los turistas, pero siempre duró poco. Y sus amigos, qué quieres que te diga. Un puñado de mantas como él. Tampoco creo que por ahí saques nada.
Me dio la sensación de que Nava me informaba de todo aquello con desgana, y me pregunté hasta qué punto la forma en que le quitaba importancia se debía a que estaba convencido de que no la tenía o era una forma de justificar la poca que se le había dado durante la investigación, una vez que el concejal Gómez Padilla había aparecido como sospechoso número uno.
– Quisiera poder decirte otra cosa -añadió Nava, como si me leyera el pensamiento-. Pero esto es lo que es. Supongo que en Madrid siempre hay veinte o treinta formas de explicar un homicidio. Aquí no.
No le respondí. Sólo hay una forma de explicar un homicidio, en Madrid y en Estambul: la buena. Y no estoy hablando de la verdadera, porque quién sabe nunca dónde está la verdad. Sino de la que se tiene en pie. Y la suya, mal que le pesara, cierta o falsa, no había pasado la prueba.
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