La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Pero fijándonos un poco mejor, y por lo que contaban los testigos, acabamos cayendo. Y hay un detalle interesante.
– ¿Sí? -dije.
– Lo que ese día nos dijo Gómez Padilla. Que había visto al chico merodeando por la casa, como si fuera un ladrón. Nada de la verdadera razón por la que lo había sorprendido dentro de su vivienda. Como es lógico, tratándose del vicepresidente del cabildo, le creímos. Incluso buscamos durante un tiempo a un chorizo con la complexión del que habíamos visto huir.
– Sin éxito, por supuesto -subrayó Anglada.
A aquellas alturas, parecía sobradamente evidente que Nava participaba de la convicción de que el jurado popular había cometido un error al dejar libre al concejal Gómez Padilla. Y tal vez estuviera en lo cierto; por lo menos, manejaba una serie de indicios que no eran desdeñables. Pero tampoco concluyentes. Debía buscar el modo de hacérselo ver sin ofenderle.
– Tomo nota de todo lo que me cuentas -dije-. Y te agradezco la información. Pero el hecho es que el concejal pudo tener aquel día otros motivos para mentir, y que dio una coartada con testigos, y que hay una sentencia absolutoria, y que en fin, la tarea se presenta un poco complicada. No digo que no tengas razón, que a lo mejor, o más bien a lo peor, la tienes. Pero no podemos ceñirnos a esa posibilidad. Tenemos que buscar otras.
Nava se encogió de hombros.
– Ya me imagino. Y bueno, a lo mejor yo me estoy columpiando. Pero creo que tengo la obligación de decirte lo que a mí me parece.
– Claro. ¿Y qué hay de esa otra hipótesis, la de las drogas?
Al rostro del sargento primero asomó una sonrisa escéptica.
– Pues qué quieres que te diga, que si me apuras vale para el asesinato de cualquier chaval de veinte años. Dime tú cuántos no se meten algo alguna vez. Incluidos los dos guardias jóvenes que tengo yo aquí.
– Puede que hiciera algo más que meterse -dijo Chamorro.
– A nosotros no nos consta, es lo que yo puedo decirte. Pero mira, eso es bastante fácil de investigar. Los que trapichean por aquí, ahora, siguen siendo prácticamente los mismos que trapicheaban entonces, menos los dos o tres que ya fueron al trullo por reincidentes. Y están donde siempre, porque cuando los trincamos los suelta la juez y hasta que no tienen un par de sentencias firmes no hay nada que hacer. Anglada se lo sabe, de cuando trabajaba aquí. No tienes más que llevarlos, Ruth, y que prueben suerte. Nuestros confidentes son vuestros, aunque no creo que os digan más de lo que nos dicen a nosotros.
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