La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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No me sorprendió singularmente que Nava hubiera leído a Conan Doyle, como denotaba su precisa alusión. Muchos funcionarios policiales lo leen. Son libros entretenidos, que sirven para matar el rato (algo que el policía se ve obligado a hacer a menudo) y que además tienen que ver con el negocio. Al menos hasta cierto punto. Ya quisiera uno que el mundo fuera un lugar tan cartesiano como parece cuando lo mira el preclaro Sherlock.

– Bueno, yo vengo de fuera -dije-, y sólo sé del caso lo que dice el expediente y lo que me contáis, pero puedo comprenderlo.

– A ver -dijo Nava, inclinándose hacia mí y mirándome recto a los ojos-. ¿Cuál es la alternativa? ¿Que alguien se encargase de montar una especie de representación, con el solo fin de inculpar al inocente concejal? Me parece algo tan estrambótico que sólo por eso no me cabe en la cabeza.

– Puede haber otras explicaciones -alegué-. Ya sabes que la imaginación humana, aplicada a la actividad criminal, no conoce límites…

– Vale, de acuerdo -concedió-. Pero es que a la vez está lo otro. La enemistad manifiesta con el muerto. Y justamente por una razón como ésa. Oye, que no es cualquier cosa. No sé si tienes alguna hija, Belvi…

– Tranquilo. Dime Vila, o Rubén -le aconsejé.

– Pues eso, Vila, no sé si tienes hijas.

– No.

– Yo tengo una, de año y medio. Y ya sé que el día que aparezca por esa puerta un maromo con intención de tirársela se me van a revolver las tripas y me van a dar ganas de partirle los brazos. Aunque sea un buen chico, y le convenga, y tenga planes honrados para el futuro. Así que imagínate si encima es un gilipollas y le saca siete años y la niña es menor de edad.

– Ganas le dan a uno de muchas cosas. Hacerlas es diferente -cuestioné.

Nava se echó otra vez hacia atrás y me observó como si me sopesara.

– ¿Te ha contado Ruth lo del incidente?

Me volví a Anglada. Me pareció despistada, por primera vez.

– Cono -siguió Nava-. Una de las veces que el concejal estuvo a punto de hostiar al chico. Lo que es la vida. Después de que apareciera el cadáver, cuando vinieron los de policía judicial de Tenerife y empezaron a preguntar por ahí, nos dimos cuenta de que en una de las broncas habíamos intervenido nosotros. Por la foto que nos trajo la madre no lo habíamos podido reconocer, al chaval. Y no porque la foto fuera mala, sino porque apenas le vimos un momento, a lo lejos y por detrás. Cuando llegamos ya se largaba, tan deprisa como le dejaban correr las piernas después del esfuerzo que hubiera hecho con la niña.

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