La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Es una tarea que a nadie le gusta, fastidiosa y en algunos casos exasperante, pero que alguien tiene que hacer, y que luego agradeces tanto haber cumplido como lamentas su omisión, cuando falta. Todo crimen tiene una filosofía y una mecánica. A veces la filosofía es imposible de desentrañar o de entender; hay crímenes muy intrincados, otros casuales y no pocos absurdos. La mecánica, sin embargo, está ahí indefectiblemente. Y tiene una lógica, porque las cosas concretas, a diferencia de las abstractas, siempre la tienen. Por eso es crucial tomar todas las precauciones para no dejarse ninguna pieza, ningún rastro que pueda ayudar a reconstruir esa lógica. Muchas veces, más de las que se piensa, de ahí viene la solución.
Aquella mañana, por ejemplo, nuestra obstinación acabó dando resultado. El que lo vio fue Azuara. Las ventajas de tener unos ojos sin maltratar por la edad. Sin apartarse del coche, para no perderlo, le pidió a Morcillo.
– ¿Me alcanzas el cianocrilato?
Cualquiera ha usado alguna vez el cianocrilato, aunque no lo sepa. Cualquiera que haya reparado en casa alguna pieza de porcelana con un pegamento ultrarrápido. Eso son tales pegamentos, cianocrilato. Y los vapores que despide la sustancia en cuestión, inmejorables para revelar huellas dactilares en superficies de las que es difícil levantarlas por otros medios.
– No me digas que… -dudó Morcillo.
– No estoy seguro, pero me ha parecido. No entera, pero…
Azuara aplicó el instrumento, una barra que calentaba el cianocrilato para favorecer su disipación, a la moldura de la puerta del conductor del Opel Corsa. Al cabo de unos segundos, una sonrisa asomó a su rostro.
– La tengo -anunció-. Algo más de media. Va a valer, creo.
– Apúntate una, Azuara -dijo Guzmán-. Y cuídate la vista, tío.
Dentro del desastre, parecía que la suerte nos sonreía. Por mi parte, después de la conmoción, notaba que mi cerebro empezaba a recobrar su funcionamiento normal. Organizaba ya los siguientes pasos, trataba de fijarse el mejor itinerario, y ardía en deseos de lanzarse a recorrerlo.
– Si te parece, mi teniente -le sugerí a Guzmán- creo que habría que comprobar esa huella a toda velocidad. No quiero ser tan optimista como para pensar que nos lo va a resolver, pero no lo descartemos.
– No, no lo descartemos. Azuara, cuando termines de recogerla, te vas a Tenerife cagando leches para cruzarla con la base de datos. Y llévate también los cabellos y encárgate de enviarlos al laboratorio en Madrid. Que te lo hagan tan deprisa como puedan. Si hace falta, les dices para qué es.
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