La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Pero antes de que pudiera marcar su número,empezó a sonar el aparato. Descolgué.
– ¿Sí?
– ¿Sargento? ¿Es usted?
– Sí -contesté.
– Al fin. Llevo llamándole un buen rato.
Creí que me engañaba mi oído. Pero no. Era ella. Desirée Gómez.
– Desirée. ¿Cómo estás?
– Creo que tengo algo importante que decirle.
– ¿Sí? Te escucho.
– Verá, esa chica rubia de la moto. Le dije que no había vuelto a verla. Bueno, le mentí un poco. Me pareció verla después, lo que pasa es que no estaba segura por una cosa que… En fin, que me daba, no sé…
– No te preocupes. Así que volviste a verla. ¿Dónde?
– Bueno, eso es lo de menos, ahora. Lo que le importará saber es que he vuelto a verla hoy. Y ahora sí que no tengo ninguna duda.
– ¿Que la has visto hoy? ¿En La Palma?
– No. En el periódico. Aquí tengo la foto. Viene su nombre, debajo.
Desirée me lo leyó, el nombre, con su cristalina vocecita infantil. La escuché decirlo, y tardé un rato en poder hablar. Le pregunté si estaba segura. Me dijo que sí, que era ella, aunque con el pelo recogido. Pensé que estaba equivocándose, hasta que recordé la foto que yo mismo había visto. Entonces en mi mente se deshizo aquel malentendido, y poco a poco fueron deshaciéndose otros. La voz de Desirée volvió a llamarme a la realidad.
– ¿Sigue ahí, sargento?
– Sí. ¿Dónde estás?
– En el hotel.
– No te muevas de ahí. Mando a alguien para que esté contigo.
– ¿Y eso?
– Sólo por seguridad. No te asustes. No pasará nada.
Aún tuve que tranquilizarla un poco más, aunque la impaciencia me mordía el corazón. Cuando conseguí apaciguarla, llamé a Pereira. Le pedí que hablase él con el subdelegado del gobierno, y que entre ambos se pusieran de acuerdo con la juez para organizar todo el dispositivo necesario, cuyas complicaciones y envergadura me superaban. Por mis propios medios sólo podía ocuparme de uno, que era, además, en quien quería concentrarme. Igual que yo había hecho con Desirée, mi comandante, no podía ser menos, me preguntó un par de veces si estaba seguro. Le respondí que de una parte no, pero que de la otra sí. Tan seguro como lo estaba de que en la vida no hay casualidad que explique la coincidencia de tantos detalles en una sola dirección.
Capítulo 19 LA HORA DE PAGAR
No fue fácil persuadir a Morcillo y a Azuara de que debían regresar a Tenerife y pasar la noche en sus casas.
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