La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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– ¿Negarlo? ¿Para qué? Me tienes cogido. Lo sé. No sé todo lo que tienes, pero me consta que tienes más que suficiente. Sólo bastaba con que supieras interpretarlo. Y si estoy aquí, esposado a esta cama, es que has sabido. A partir de aquí, a palmar. Me va a tocar comerme hasta lo que no he hecho. Sólo voy a negar eso, lo que no hice, aunque no sirva de nada.
Admito que la reacción de Nava me cogía desprevenido. No me lo había representado así, cuando había tratado de imaginar cómo resultaría aquello. Pero tenía la obligación de no dejarme tomar la delantera, fueran cuales fueran las maniobras que él ingeniara para desorientarme, y me sentía fuerte y despierto; tanto como hiciera falta para conducir la situación.
– ¿Qué es lo que no hiciste, Nava?
– Que conste que ya te dije que no me ibas a creer. Pero tengo que intentarlo. Yo no maté al chico. Ni maté a Ruth. Sobre todo, no la maté a ella, y créeme, aunque te cueste. Si estoy aquí, es por haber dejado que ella me importara más de la cuenta. Nunca habría podido hacerle daño.
– ¿Quién iba en el coche rojo, entonces? ¿Quién iba con Ruth anteayer, y luego se tomó el trabajo de borrar las huellas dactilares?
Nava inspiró con fuerza.
– Yo. Eso ya lo sabes, y tendrás dentro de nada una huella cruzada y a lo peor un análisis de ADN que te permita respaldarlo. Y como sé que eres listo, no te diré que la huella que recogisteis la debí de imprimir cuando ella me llevó al centro a ver a esos conocidos, antes de dejarla sola. Primero porque eso, ser el último que la vio, ya me hace sospechoso. Y segundo, porque cuando todo se hunde, viene hasta la mala suerte a jugar en tu contra. Tenía que aparecer la dichosa huella en la puerta del conductor, una puerta que en condiciones normales yo no tendría por qué haber tocado.
– Te he escuchado, pero no sé si te entiendo -dijo Chamorro.
– Yo tampoco -reconocí-. Así que estabas allí, pero no hiciste nada.
– Sonará raro, pero es así. Yo fui el que llevó el cadáver del chico al lugar donde apareció. Pero lo había matado otra persona. Y yo estaba con Ruth, en el coche, cuando la bala la mató. Pero no apreté el gatillo. O si lo hice, no fue voluntariamente. Fue un accidente, Vila. Vamos, ya puedes reírte.
– Por qué. No veo que tenga gracia.
– Bueno, existe el humor negro. A veces es la única válvula de escape. Perdona que recurra a él alguien a quien se le ha arruinado la vida.
– En esta historia hay a quien se le ha arruinado la vida mucho más que a ti.
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