La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Eran tantos detalles, tantas las razones que tenía para pensar que se había ofrecido voluntaria a colaborar con nosotros sólo para estar informada de primera mano y sabotear cuanto pudiéramos hacer… Y en cuanto a Desirée, ahora tenía una explicación bastante palmaria para algo que me había extrañado en su momento: que queriendo estar siempre en todas las salsas, Ruth hubiera dado un paso atrás cuando habíamos ido a ver a la chica, bajo el nimio pretexto de hacer las tareas domésticas. Como era lógico, no quería encontrarse con la que era, acaso, la única persona que podía vincularla con Iván.
– Qué es lo que estás queriendo decir. Dilo -le exigí.
– Pues eso, Vila. Que fue la dulce Ruth. La que se le acercó por la espalda, le sujetó del flequillo y de un solo tajo, antes de que el bobo de Iván pudiera darse cuenta de que se le había acabado la vida, lo degolló.
No hablé. No pestañeé siquiera.
– Empéñate en no creerlo -dijo-. Pero así fue.
Seguí impasible.
– Por qué.
– Cómo que por qué.
– Sé me ocurre por qué pudiste matarle tú. Sé, además, que te desembarazaste del cadáver y que hiciste la llamada fingida para que todo el mundo creyera que el concejal había simulado el robo de su coche. De ella sólo sé que mientras tú hacías todo eso estaba de patrulla con Siso, que lo confirma, y es el único por cuya inocencia apostaría en todo este embrollo.
– No eres mal apostador -opinó-. Claro que Siso es inocente. El inocente perfecto. Y el espectador perfecto para hacer creíble una obra de teatro. No fue idea mía. Fue ella, la que pensó que había que utilizarlo para eso.
Confieso que hasta ahí no había llegado.
– Vamos, Vila. Piensa. Ella sabía que yo iba a pasar. Los dos sabíamos que a Siso iban a parecerle sospechosos aquel coche y sus ocupantes, o si no, se le podría invitar fácilmente a que se lo parecieran. Y yo podía ir tranquilo con el cadáver sentado a mi lado, porque sabía que ella, aunque fingiera perseguirme, nunca me iba a coger. Funcionó como un reloj, o casi. Porque Siso se empeñó luego en dar media vuelta, y se encontraron conmigo cuando yo regresaba. Pero al final eso nos vino aún mejor. Porque pudimos fingir una persecución más trepidante, le hicimos fijarse más en el BMW y le pusimos en condiciones de asegurar que lo había visto volver a la carretera principal desde el desvío que lleva a donde apareció el cuerpo.
– Lo que no puedo entender es cómo tuviste la sangre fría de hacer todo eso, sabiendo que iba a servir para inculpar a un inocente -dijo Chamorro.
Nava rió sin fuerza.
– No necesitábamos que le condenasen, tan sólo que se centrara en él la investigación y no se mirase mucho por otro lado.
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