La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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– ¿Que presumo de débil? ¿Y por qué iba a hacer eso?

– Bueno. Es una forma de coquetería, como cualquier otra.

– Vaya, nunca me habían acusado de coquetería.

– Pues será porque nadie se fijó mucho en ti, hasta ahora.

– A veces temo que me estés conociendo demasiado, cabo.

– El temor es recíproco, mi sargento.

A esa declaración de Chamorro, no podía ser de otra forma, sucedió un significativo silencio, que ambos usamos para largarle un buen sorbo a nuestros vasos. Era cierto que ya llevábamos unas cuantas penalidades compartidas, y que eso, inexorablemente, iba creando un espacio común que cada vez era más amplio y estaba más lleno de matices. Lo que tenía sus ventajas, sin duda, pero también comportaba sus peligros. El que Chamorro acababa de mencionar no era, por cierto, el que más me inquietaba.

– No temas -le dije, al fin-. Los hombres siempre entendemos a las mujeres mucho peor de lo que las mujeres nos entendéis a nosotros.

– Depende del hombre -afirmó, con una sonrisa aviesa.

– Hablo en términos generales.

– Los términos generales no existen, mi sargento. Y también depende de la mujer. No hace falta que te diga que no todas somos igual de enrevesadas.

Al oír eso, no pude evitar acordarme de Ruth, y mi cara debió de denunciarlo con instantánea nitidez. A Chamorro se le borró la sonrisa con similar presteza. Se llevó el vaso a la boca y bebió un trago largo.

– Me hace sentir mal, cuando la recuerdo -confesó.

– ¿Por qué?

– Por haberla odiado así. Sin darme cuenta de que estaba enferma. De que la pobre no era responsable de lo que hacía.

– ¿Eso crees?

Chamorro asintió.

– Estoy convencida. Ahora entiendo todo lo que en su día era incapaz de entender. Me vienen a la memoria muchas cosas, porque yo conviví durante una buena temporada con ella. Y todas me llevan a lo mismo. Vete a saber por qué estaba desequilibrada. Pero lo estaba, desde luego.

– No sé -repuse-. Hablar de trastorno o de desequilibrio mental es muy complicado. Todos tenemos alguno. Y no por ello dejamos de ser responsables de lo que hacemos. Lo que sugieres es que Ruth era incapaz de controlar sus actos. Preferiría creerlo así, desde luego. Pero lo dudo.

A Chamorro la sorprendió mi apreciación. Acaso esperaba que fuera más indulgente que ella con Ruth. Pero no podía serlo, aunque hubiera querido. Y no podía, tampoco y sobre todo, esconder lo que pensaba a mi compañera de fatigas.

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