La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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Los muertosal principio huelen como los vivos, luego huelen a rayos y al final no huelen a nada. Por regla general, a nosotros no nos los dan hasta que no han pasado a la tercera fase. Sólo un tonto seguiría un rastro que ya no huele. Así que ya sabes lo que hace falta para estar donde estás.

– Cómo te gusta -observó Chamorro, con una maligna expresión.

– ¿El qué?

– Humillarte. ¿No te he contado nunca lo que dice mi padre sobre eso?

– El coronel de marines. ¿Debo cuadrarme para oírlo?

– No seas idiota. Además, aquí no se llaman marines, sino infantes de marina. Los marines son los americanos.

– Gracias por la información. ¿Qué es lo que dice el coronel?

– Que hay una clase de soberbia propia de aquí. La humildad española, la llama él. Y que consiste, precisamente, en rebajarse todo el tiempo.

– Bueno, ya sabes que mi españolidad resulta dudosa -alegué.

– Pues aquí te asoma, y bien.

– Reflexionaré sobre ello. Dale las gracias al coronel por sus observaciones antropológicas. ¿Cuándo las hace, entre desembarco y desembarco?

– Vete a la mierda.

A veces, uno se plantea si no habrá dejado que sus inferiores le traten con demasiada familiaridad. Supongo que cualquiera, al saber que los que así conversaban eran un cabo y un sargento de la Benemérita, habría juzgado un tanto excesiva mi mansedumbre. Pero ése es el tipo de cosas que a mí nunca han logrado preocuparme, la verdad. Tan sólo procuro identificar a quienes les va la marcha castrense, y a ésos siempre les llamo mi lo que sea y les hablo lo más serio y solemne que puedo. Resulta conmovedor, verlos hincharse y corresponder con el ceño apretado a tu marcial pleitesía.

Por fortuna, el teniente Guzmán, de la unidad de policía judicial de Tenerife, no participaba de semejantes inclinaciones. Nos estaba esperando en el aeropuerto, justo frente a la puerta por la que salimos tras recoger el equipaje, y nos recibió con calurosa cordialidad y ningún protocolo.

– ¿Habéis tenido buen vuelo? Venís con bastante retraso -observó, mientras nos ayudaba a cargar los bultos en un carrito.

Para ser sinceros, me extrañó un poco aquella obsequiosa cortesía.

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