La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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Pero dio la impresión de que aquel contacto la complacía tanto como el baboso mordisco de un zombi.

– Desde la academia de guardias hasta el curso de cabo -explicó Anglada-. Y ahora. Parece que nos fuéramos persiguiendo, tú.

– Muy bien, en ese caso, sólo tengo que presentarte al sargento Bevil… -se atascó el teniente.

– Bevilacqua -le auxilié.

– Eso, Be… vi… la… cua. Él es el responsable de la investigación. Ésta es la cabo Anglada. Irá con vosotros a La Gomera. Conoce la isla, el asunto, en fin, no se me ocurre que haya nadie más indicado que ella.

– A sus órdenes, mi sargento -me saludó Anglada, mientras yo sentía cómo el fuego de sus ojos negros me taladraba hasta el occipital.

– Encantado -repuse, sin perder del todo la compostura.

– Bevical… -dudó Anglada-. Perdón, no lo he cogido bien.

– Bevilacqua -repetí, con la paciencia que me asiste desde niño a este respecto-. Aunque puedes llamarme Vila. Es lo que hacen todos.

– ¿Resultaré demasiado poco original si pregunto de dónde le viene ese apellido tan peculiar, mi sargento?

A veces me doy un poco de asco. Como entonces, cuando en lugar de dejar que me aflorase el cansancio que me produce esa pregunta mil veces repetida, me esforcé en sonreír para ella, aunque en mi respuesta, como suelo, distara de ofrecerle la verdad, que sólo a mí me incumbe:

– Mi abuelo era uno de los guardaespaldas de Mussolini. Se salvó de milagro de que le limpiaran el forro junto a su jefe y consiguió que le diera asilo el régimen de Franco al final de la Segunda Guerra Mundial.

Anglada sopesó mi respuesta. Guzmán pareció creérsela.

– No jodas -dijo el teniente.

– Me temo que nos están diciendo amablemente que no seamos cotillas, mi teniente -dedujo Anglada, con un brillo de perspicacia en la mirada.

Noté que Chamorro aguardaba mi reacción. Que me observaba. Me había visto otras veces en este trance, y estaba atenta a registrar cualquier mínima diferencia en mi comportamiento. Así que hice lo de siempre.

– Era broma -confesé-. Es una historia mucho más vulgar. No creo que resulte interesante para nadie, aparte de mí.

No ofrecí contarla, y nadie me lo pidió. Tras guardar el equipaje en el maletero, subimos al coche. Dejamos a las dos mujeres en la parte delantera y el teniente y yo nos acomodamos en el asiento de atrás.

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