La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Y no porque Guzmán fuera oficial y nosotros dos pringados (en seguida supe que Guzmán había empezado de guardia y había subido peldaño a peldaño por el escalafón), sino porque, a fin de cuentas, Chamorro y yo éramos los dos enterados de Madrid que veníamos a tratar de rehacer en condiciones lo que se suponía que su gente no había hecho como debía. Pero, como pronto nos demostraría, Guzmán era un tipo deportivo, tenía amplia experiencia en la empresa y en tareas de investigación y había llegado a desarrollar el criterio suficiente como para no tomarse nada de aquello a título personal.
– Vamos fuera. Tengo a la chica esperando con el coche.
No pude dejar de espiar el gesto de Chamorro ante las palabras la chica. Sabía lo que pasaba por su cabeza, así que aprecié su impasibilidad.
La mujer que aguardaba frente a la terminal, junto al coche, y que al vernos venir despegó el trasero de donde lo tenía apoyado y se estiró tranquilamente la ropa, podría describirla de modo convencional. Era de tez morena, pelo casi negro, largo y suelto, ojos oscuros, un poco menos de metro setenta, de complexión atlética pero marcadamente femenina. Podría decir también que iba bien vestida, prendas informales pero no seleccionadas ni combinadas al tuntún. Y podría añadir que su maquillaje era discreto pero perceptible y que olía a un perfume de los que no compras con un billete de 20 euros. Pero lo que debo decir, sobre todo, es que apenas la vi, y aun antes de que abriera la boca, mi olfato para el desastre intuyó en la cabo Ruth Anglada a una de esas mujeres que infaliblemente me crean problemas. Con el tiempo, uno aprende a conocerse, y aprende, sobre todo, a conocer sus debilidades. Y los recursos de aquella chica, lo gritaban en la distancia, eran de los que podían llegar a hacerme sentir muy, muy débil.
Por el contrario (pese a mi conmoción conservé los reflejos necesarios para percatarme de ello), el encuentro con aquella mujer produjo en mi compañera una reacción muy diferente. En un primer instante la achaqué, en una burda deducción masculina, a una espontánea rivalidad entre hembras. Pero muy pronto iba a averiguar que se trataba de otra cosa. Sucedió apenas un par de segundos después de que reparase en el rictus de Chamorro; cuando llegamos a la altura del coche y la otra, observándola fijamente, le dijo:
– Coño, Virgi, qué pequeño es el mundo.
Capítulo 4 TODOS CONTRA IVÁN
– Bueno, parece que a vosotras no hace falta presentaros -constató el teniente Guzmán, vista la confianza con que Anglada saludaba a Chamorro.
– No -admitió mi compañera, con mal disimulada frialdad.
– Claro que no -confirmó Anglada, mucho más entusiasta-. Aquí esta chica y yo hemos pasado unos cuantos apuros juntas, ¿eh?
Chamorro dejó que la otra le pusiera la mano en el hombro y se lo estrechara de modo afectuoso.
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