La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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Anglada sorteó como pudo los autobuses que a la entrada de la terminal cargaban o descargaban pilas de alemanes e ingleses, ya fuera en estado de lechosa palidez, rumbo a la playa rodeada de apartamentos de la que no saldrían en los próximos quince días, o intensivamente achicharrados y listos para ser expedidos de vuelta a sus oscuros lugares de residencia en el Norte. Antes de aquel día sólo había estado en Tenerife una vez, diez años atrás, y el panorama parecía haber empeorado bastante. La aglomeración era demencial.

– ¿No se supone que estamos en temporada baja? -pregunté.

– Aquí, en Tenerife, ya no hay temporada baja -respondió Guzmán-. Otra cosa es en las islas pequeñas, como La Gomera o La Palma, aunque tampoco les quedan más que un par de telediarios, no te vayas a creer.

Ya habíamos salido del recinto aeroportuario, y la visión de las apiñadas urbanizaciones próximas intensificó mi sensación de agobio.

– Cómo han podido dejar que construyan todo eso -observé.

– Ya ves. Vivimos de ellos -constató el teniente-. De darles sol, marcha y alcohol barato durante todo el año, en su idioma y a su gusto. Entre medias, se ha ido a tomar por saco esta isla, que era una maravilla de la Naturaleza. Pero supongo que lo más importante es que la gente coma, y el paisaje queda muy bien para los carteles, pero no le llena la panza a nadie.

– La Gomera todavía es otra cosa -dijo Anglada-. Mucho más tranquila y mucho menos triturada. Ya verá, mi sargento.

– Sí -se adhirió Guzmán-. Ahí habéis tenido suerte. Ya que no podemos decir que la hayáis tenido con el asunto que os trae por aquí.

– No se preocupe, mi teniente -le tranquilicé-. Estamos habituados a convivir con la desesperación. Y a veces hasta sacamos algo en limpio.

– No te compraría el negocio, desde luego. Vamos, que no lo querría ni regalado. Además, me imagino que lo normal es que os reciban de uñas. Si ya es ingrato hurgar en cosas viejas, cuando encima están torcidas…

– Bueno, no se crea, este asunto no es peor que otros.

– Hombre, ya lo sé, vuestra fama os precede. Vuestros casos salen en la tele, y hasta leí una vez un reportaje sobre vosotros en un suplemento dominical. Estamos muy impresionados de conoceros en persona.

– No me tome el pelo, mi teniente. Ni se crea lo que lee en los suplementos dominicales. Usted ya sabe lo que es este trabajo. Mucha calle, mucho sueño perdido y paciencia franciscana. Aparte, ayuda estar un poco gilipollas, para comérselo todo por el mísero sueldo que paga la empresa. Pero ningún periodista haría un reportaje con eso, así que le dan otro lustre.

– Era broma, Vila -dijo Guzmán-.

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