La niebla y la doncella   ::   Silva Lorenzo

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La estaba llevando al extremo de hacerla parecer mucho más estirada de lo que en realidad era.

– Y a ti, mi sargento, ¿te gustó tu época rural? Porque la tendrías, ¿no?

Al oír la pregunta de Anglada, dos pensamientos se cruzaron en mi cerebro. Uno: su teniente me había autorizado a tutearlo, pero yo no le había dado permiso a ella para tutearme a mí. Tampoco iba a ofenderme por eso, pero me hizo temer que aquella mujer hubiera percibido algo de la impresión que me había causado, cosa que siempre lesiona la vanidad de uno. Dos: no estaba seguro de que me apeteciera, aún, contarle mi historia.

Mi respuesta, no obstante, no fue del todo elusiva:

– No, yo nunca he estado en un puesto. Cuando salí de la academia, me fui directo al infierno y allí me pasé tres años.

– ¿Al infierno? -preguntó Anglada.

Demoré a propósito el momento de pronunciar la palabra.

– Intxaurrondo, Guipúzcoa.

– Te tocó la china -observó, seria.

– Me tocó, sí. Aunque todo depende del talante de cada uno.

– ¿Por qué?

– Está bien para probar cómo funciona eso que dice el Duque en su cartilla: «Sereno en el peligro». Es el lema que tienen a la puerta del cuartel.

– Nunca me ha apetecido mucho, la verdad -dijo el teniente.

– Ahí está, alguien tiene que ocuparse. Y hay a quien le atrae. Si quieres buscar tus límites, es el mejor lugar para encontrarlos.

Lo dije sonriendo, para quitarle dramatismo, pero logré que el silencio se instalara en el interior del coche. Los ojos negros de Anglada me buscaron con curiosidad en el retrovisor, y no debo ocultar que eso, aunque vaya en mi desdoro reconocerlo, me satisfizo. Chamorro, que permanecía con los labios sellados, también me miró de reojo. Sabía que aquél era un capítulo de mi vida que nunca, o muy excepcionalmente, sacaba a relucir con extraños. Le había dado pistas más que suficientes para sospechar algo raro en mi actitud. O no la conocía o en cuanto pudiera me lo haría notar.

Durante el resto del viaje, y una vez que llegamos a la comandancia, Anglada y Guzmán nos pusieron en antecedentes sobre el caso. Fue entonces cuando Anglada nos reveló que estaba destinada en La Gomera en la fecha del crimen, y nos refirió lo que de éste había conocido de primera mano, más o menos en los términos que ya conté al comienzo, aunque algunos detalles los supe más tarde. Su memoria parecía clara y fiable, y resultaba una narradora ordenada y puntual. Casi no tuve que preguntarle nada; ella se adelantaba a decirme cuanto pudiera interesarme saber.

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