La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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– Está bien, entendido.
Lo dije con un improcedente alivio. A partir de ese instante me propuse vigilarme. No podía dejar que mi cerebro se distrajera con lo que no debía. Ésa es una disciplina que me he impuesto y que he tratado de seguir no pocas veces a lo largo de mi existencia. Siempre con resultados lamentables, porque, para qué engañarnos, uno es mal gobernante de sí mismo.
El subdelegado del gobierno nos recibió a Guzmán y a mí (no consideré necesario someter a Chamorro a aquel acto de vasallaje del que yo no podía escabullirme) a eso de las ocho menos diez, después de hacernos esperar unos cincuenta minutos en su antedespacho. Era un hombre de treinta y muchos años, escaso de pelo y con aire de deportista. Vestía de gris con camisa de cuadros y corbata color pastel y miraba a los ojos de un modo apremiante y artificial. Un político al uso, pensé, con un futuro sin duda prometedor. Por lo demás, el tipo se mostró campechano, insistió mucho en aprender a pronunciar correctamente mi apellido (cuyo origen tuvo la elegancia de no preguntarme) y en el rato que pasamos juntos se esforzó en darnos la impresión de no andar apurado y de estar dispuesto a dedicarnos todo el tiempo que necesitáramos. La lástima era que yo no creía necesitar nada de aquel hombre, y la entrevista vino a corroborarlo en gran medida. El subdelegado del gobierno parecía, ante todo, empeñado en demostrar que su intervención en el asunto, aunque inducida por razones familiares, no era ilegítima y se apoyaba en consideraciones de interés público. Era un esfuerzo que respecto de mí podía haberse ahorrado, porque hace mucho que acepté que dondequiera que haya alguien a quien hayan despenado con violencia se me puede obligar a investigarlo, sin que me importen ni la filiación ni la entidad del difunto, sean cuales sean. No me repugna resolver la muerte de un desgraciado y tampoco la de alguien con recursos, ya sean éstos fama o fortuna o parentesco político con un subdelegado del gobierno.
Acaso para ser más persuasivo, el subdelegado habló con franqueza:
– No sé si ha oído alguna vez eso que dicen de que uno no se casa con una persona, sino con un regimiento, el que forman la familia, los amigos y en definitiva la gente con la que se relaciona tu cónyuge -rió moderadamente su propia gracia-. Bueno, eso pasa, y eso me ha pasado a mí. Me casé hace un año, y una parte destacada del lote que venía con mi esposa fue su hermana Margarethe y la tragedia de su hijo. Que es la tragedia de la familia, como se pueden imaginar.
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