La niebla y la doncella :: Silva Lorenzo
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Te vuelve curioso y despegado, y naturalmente comprensivo. A Chamorro, en cambio, parecía exasperarla la invariable cachaza con que se movía el personal. Acabó exteriorizando su disgusto cuando comprobó que la tónica se mantenía incluso en el bar de copas en el que recalamos al final de la velada.
– ¿Son siempre así de lentos? -preguntó, inquieta, o quizá concentrando en esa cuestión un malestar ajeno a la parsimonia del camarero.
– No -repuso Anglada, sonriente-. Esto es Santa Cruz, donde actúan los camareros más rápidos de las islas. En La Palma son aún más lentos. Y en La Gomera ni te lo imaginas. Llegan a olvidarse de ti, como te descuides.
– Está exagerando un poco -anotó el teniente-. Pero la verdad es que aquí se tiene otro sentido del tiempo. No encontrarás a muchos con un cohete en el culo, como toda esa gente que se ve corriendo por Madrid.
– Un síntoma de inteligencia -opiné-. Cuanto más corres, menos tiempo vives. No porque mueras antes, que normalmente también, sino porque el tiempo pasa más rápido, y sobre todo, le sacas menos provecho.
– Me sorprende esa filosofía en alguien de Madrid -dijo Guzmán-. Habría jurado que allí todos creen que la vida les cunde más que a nadie.
– Bueno, el zapatero que trabaja deprisa hace más zapatos, sí -dije-. Eso es bueno para el que se los calza o los vende. Pero no necesariamente para el zapatero. Se trata de decidir qué vale más, el zapatero o el zapato.
– Parece bastante claro, ¿no? -afirmó el teniente.
– Por lo menos -concedí-, no caben muchas dudas acerca de cómo ha resuelto esa cuestión la civilización occidental: en favor del zapato. Lo que a mi juicio resulta un poco más dudoso es si la razón está del lado de quienes promocionan el modelo triunfante o de quienes se resisten.
– ¿Tienes dudas, realmente? -preguntó Guzmán, con aire socarrón.
– Con el corazón lo veo claro -dije-. El corazón dibuja una línea recta y se acabó. Pero el cerebro va de otro modo. Al cerebro le gustan los laberintos. Lo que dice el cerebro es que este sistema, a la vez que produce infartados y especuladores de toda índole, disminuye la mortalidad infantil. Y entonces le tiende una trampa al corazón. ¿Cuánto vale la sonrisa de todos los niños que gracias a la prosperidad económica ya no tienen que morirse?
– Se siguen muriendo los niños a espuertas, ahí, en ese continente que tenemos justo enfrente -intervino Anglada.
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